miércoles, 9 de julio de 2008

producto de taller

Puede que sea un poco largo para el blog... pero ahí va


Hoy, al igual que todos los días anteriores desde hace semanas, salgo a pasear al atardecer para intentar ordenar las estrategias de futuro, de ese futuro inmediato que acecha y presiona obligándome a tomar decisiones más o menos rápidas. El paseo comienza de la misma manera que la mayoría de las anteriores, con la misma dirección y el pensamiento de que sería bueno buscar rutas alternativas.
Aún así, al cruzar el primer paso de cebra, me doy cuenta de que una vez más camino hacia el sur, las opciones se cierran. El bochorno aún es intenso y a pesar de la presencia de algunas nubes amplias, el sol se filtra hasta la acera, tamizado pero violento.
Raimundo Fernández Villaverde no es opción bajo tales condiciones, con esto se cierran prácticamente las puertas del paseo por Chamberí y ya sólo quedan dos; el calor es tan intenso que no me veo capaz de superar el primer tramo de Castellana, subo directa hacia las frondosas calles del viso y rápidamente me encuentro junto a aquella Residencia de Estudiantes ilustres.
Durante todo el camino hasta allí mi dirección va variando en función de circunstancias a las que reacciono casi inconscientemente, dedico toda mi atención a las estrategias repetidas mentalmente día tras días con pequeñas variaciones que las van transformando en cada paseo, la estrategia de hoy ya casi no es ni la sombra de la de hace un par de semanas. Sin embargo allí, junto a la Residencia, con la embajada japonesa un poco más abajo, mis pies hacen crujir la acera por causa de unas hojas secas de pino, no me gustan demasiado los pinos en Madrid, pero este día, al pisar sus hojas afiladas me viene al recuerdo un lugar donde éstos árboles sí tenían sentido.
Recuerdo un bosque espeso de pinos frente a la casa de la Adrada y algunos de ellos desperdigados por nuestro jardín. Recuerdo el pequeño limonero que mi padre plantó para celebrar el nacimiento de mi hermano mayor, cuando yo tenía cuatro años aquel limonero aún era más bajo que yo. Saber que aquel árbol celebraba el nacimiento de mi hermano siempre me hizo sentir celos.
Recuerdo los baños en la pequeña piscina hinchable que mi padre preparaba para nosotros, precisamente entre el limonero y el almacén descubierto de la leña; sobre aquel suelo de piedra que se cubría siempre de hojas de pino secas, exactamente iguales a éstas.
Recuerdo como jugábamos dentro de la piscina con el barco pirata de los clics, el olor de los árboles, de la savia, de los geranios bien cuidados en la gran terraza, tan grande que podíamos montar en triciclo o bici allí arriba.
Recuerdo el sillón rojo en el que mi abuelo pasaba horas, en la misma terraza. Un día en que estaba algo consipado comenzó a toser y yo le miré extrañada; cuando vi su cara contraerse justo antes de toser deseé que estornudara y al escuchar su tos no pude evitar sentirme decepcionada, ¿por qué no has hecho “achus” abuelo?, a esa pregunta prosiguió una explicación sobre las diferencias entre toser y estornudar. Es uno de los pocos recuerdos que guardo de él, sólo le acompañan una tarde jugando con un globo en el salón de casa y la imagen de sus enormes zapatos, creo que calzaba más de un 50.
Al pisar las hojas de pino y recordar todos esos momentos en la casa de la Adrada, el barco pirata, el almacén de leña, el olor de los geranios, hasta las natillas royal que mi madre me dejaba ayudarle a preparar… me viene también a la mente ese grupo de fotografías que guardo dentro de un pequeño bloc de notas, esas en las que mi abuelo, su hermano y mi padre sostienen por turnos, de dos en dos, al peluche gigante de oso panda que el tío abuelo Federico trajo de Sudamérica en avión. Aquel oso gigante desapareció cuando yo era aún muy pequeña, él también vivía en la Adrada, como Federico. Un día estaba entado en su jardín, contiguo al nuestro y me recuerdo a mi misma delante del coloso peludo sin atreverme a tocarlo; mi madre me había advertido de que estaría lleno de bichos que me picarían si lo tocaba, yo imaginaba que, literalmente, aquel oso estaba relleno de bichos peligrosos. Puede que en un arrebato de valentía me aventurase a rozarlo, de eso ya no me acuerdo.
Meto la mano en el bolso y palpo lo que parece ser el bloc de notas, debí meterlo aquí el martes pasado. Al abrirlo aparecen de nuevo las fotos, tal como las recordaba, piso pedazos de pino seco mientras miro los que guardaba en la memoria, a partir de ahora tendré en mejor estima a los pinos madrileños. Entre las fotos, una que no recordaba, Jeremías!! Me parece increíble que exista esta foto, Jeremías era el burro que vivía tras la tapia del jardín, todos mis recuerdos sobre él parecen sacados de un buen cuento para niños. Jeremías era muy consciente, cuando llegaba el fin de semana, de que con esos días de asueto estaríamos juntos, yo le daría clases con mi pizarra rápidamente heredada de un hermano que la ignoraba, le daría trozos de pan duro, le acariciaría las orejas y el morro sin miedo.
Cuando terminaba de engullir los trozos de pan duro que le daba, se afanaba en aspirar las migas más pequeñas que hubiesen quedado sobre la tapia, normalmente acompañadas de algunas hormigas desgraciadas que habían acudido a la llamada del pan. La cruz blanca de su frente (también por la noche, en la oscuridad), las moscas que se posaban en una esquina de su ojo, sus orejas suaves, la forma de aspirar pan y hormigas sin querer, hormigas, hojas de pino… no puedo dejar de hacerlas crujir bajo mis pies para mantener vivas todas aquellas cosas

3 comentarios:

CarmenS dijo...

Me ha gustado pasear contigo por las calles calurosas y acompañarte hasta el pueblo de tus veranos infantiles. A pesar de ciertas distancias, has conseguido hacerme sentir muchas sensaciones de los años de niñez.

david dijo...

Hi, most talented pupil... A mi también me gustó mucho el paseo. Sobre todo el oso y el burro, aunque estén en vías de extinción. À plus.

Marcelo dijo...

Me parece hermoso! Quería saber si sigues siendo más alta que el limonero...a que no. Será como sucede a veces con nuestros recuerdos, que se agigantan?
Precioso
Un beso