martes, 10 de noviembre de 2009

Un astronauta medio es mucho más inteligente que yo.

Han sido unos años de reflexión viviendo en esta casa de hojalata. Frente al mar parece que todo queda más despejado, incluso cuando hay tormenta y se borra la linea entre agua y cielo, confundiéndolos absolutamente.

Mi casa de hojalata también tiende a confundirse en los días de tormenta. Tanto gris, tan lejos de la ciudad. Hay días en que el estado de ánimo se empeña en perseguirnos hasta en las formas más absurdas e inusitadas. No me gusta el romanticismo del diecinueve, ni la opacidad de las ciudades. Son igual de ridículos.
En mi casa hace frío en cuanto acaba septiembre. Mi sillón de felpa vieja coge más humedad a partir de entonces y a mi me cuesta encontrar abrigo que ayude a espantar los escalofríos que van de dentro a fuera, garantizando así una sensación homogénea de entumecimiento. Al sillón le han salido agujeros, pequeños herpes de vacío que lo desfiguran o sólo lo transforman, algo menos negativo, aunque no menos dramático. Si supiera coser le daría puntadas allí donde la felpa se ha dejado ir por agotamiento, dejando escapar esputos, flemas de esa gomaespuma amarillenta o amarronada que con el tiempo se seca y se hace polvo al aplastarla (no así cuando está fresca, cuando aún es flexible como un niño y resulta imposible romperla en pedazos, se resiste más que el chicle. O que los niños). Supongo que si no actuo el sillón acabará convertido en restos de felpa sin relleno, una dura superficie de madera cubierta por jirones de falsa piel usada.

Llueve todos los días desde que acabó septiembre, y si no llueve el cielo se inventa la niebla para molestarme aún más. Mi casa de lata acusa cada día, cada lámina de agua más o menos sincera. La acusa con marcas de un marrón que para ella es mortecino y que poco a poco la va diferenciando del paisaje celeste, acercándola a la tierra oscura sobre la que descansa. Si fueramos intrépidos saltaríamos juntos, hacia arriba o hacia abajo, poco importa, un gris es reflejo del otro y nada más. Saltaríamos en un despegue sin precedentes, en una Incursión Intrépida, con la nave llena de palabras que empiecen por "i", que den cuenta de nuestro valor nada oxidado. Dejaríamos atrás esas exigencias tan elitistas de la NASA, que jamás permitiría a un hombre como yo salir del planeta, ni a una nave como mi casa pasar el primer control de resistencia.

Cada paso aquí parece el producto de un examen aprobado, sin lugar para esas exigencias de las que "todos los demás" parecen capaces, pero que para nadie llegan, o al menos no en el momento y la medida justa.

Esta noche preparo unos huevos fritos sobre esta sartén que bien podría haber servido de escudo para entrar y salir de la atmósfera varias veces (está casi tan desfondada como el sillón, mucho más negra, más tozuda en su empeño de cubrirse por una costra carbónica que la protege de mis envites nocturnos). La cocina mínima es un caos después de acabar de cenar, como cada jornada, y yo me pregunto cómo puede uno soportar, durante el viaje espacial, el hecho de que todo lo no limpiado ande danzando por el aire, como pequeñas moscas borrachas hechas de restos de uñas, de pegatinas con precios arrancadas de los libros (cuando se llevan la primera piel de la cubierta del libro, dedico cinco minutos a maldecir al vendedor, invariablemente), de ramitas que mantenían a los tomates unidos como siameses, de pepitas de manzana y trozos de papel doblados con un chicle usado en su interior (regalo sin destinatario).

Y entonces me digo que los viajes a la Luna o simplemente los paseos alrrededor de esta tierra tan decepcionante (no siempre, aunque casi sí), no son para mi ni para esta casa. Pienso que nuestro valor no es menos por ello, este marco y esta vida bien valen el respeto de los astronautas. Ellos no aguantarían tantos años frente al reflejo de ese universo al que ellos (no pueden evitar jactarse al respecto) se han acercado muy poco más que yo. Sus huesos no aguantarían allí lo que esta casa soporta desde que terminó este verano, y todos los anteriores.