domingo, 28 de junio de 2009

alfredo y toto... en Cinema Paradiso

La mejor manera de explicar la pasión por el cine, abrazando tiras de película cortadas!

Véanla si no lo hicieron antes, Cinema Paradiso...

miércoles, 17 de junio de 2009

meditteranean tale

Amanece en Tánger con el canto del almohacín llamando a la oración. Adita se viste con un camisón breve después de una noche calurosa desnuda sobre una cama, que ha cubierto de lágrimas entre sueños. Cuando se lava la cara, el espejo le devuelve una imagen familiar detrás de ella, contiene la respiración, se queda quieta un minuto observando la figura que la acompaña a través del espejo y al fin se decide a volverse.

- Cariño… creía que ya no estabas.
- Ya, yo también lo creía, pero aquí estoy. ¿Se me nota demasiado?
- Apenas amor, apenas… todavía hueles a ti, los ojos te brillan casi igual. Ven, sí, tus besos son igual de buenos.
- ¿De veras? Yo casi no lo siento. Bueno si, siento como si fueran un recuerdo. Mira, te toco ahora mismo y en lugar de sentirlo, el tacto se convierte en el recuerdo de cuando solía tocarte así.
- Amor, qué cosas más raras dices…
- También te quiero como en un recuerdo, como si no fuera ahora.
- Me quieres hacer llorar, y no voy a llorar.
- No Ada, sólo te quiero hacer comprender… empiezo a oler mal, no debería estar ya aquí.
- Deja de decir tonterías, hueles tan bien como siempre, tal vez un poquito más, pero sólo es más de ti.
- Ada, ni si quiera sé cómo he llegado hasta Tánger. Tampoco sé qué haces tú aquí, lo que sé seguro es que con este calor me descompondré en cuestión de horas. Así que niñita, tenemos que despedirnos de una vez…

Ada se coge la tripa y mira a su alrededor, como si quisiera esconder algo que ha quedado a la vista, pero no se mueve. La habitación huele a flores secas, sobre la mesilla hay dos vasos de agua a medio beber y una revista de moda americana.

- ¿Dónde quieres pasar el día amorcito?
- Entre tus brazos Ada, déjame abrazarte… otra vez, me veo en aquella playa de Elba, contigo acurrucada como ahora, respirando muy profundamente. Parecías tan pequeña y al mismo tiempo tan… importante, lo más importante de mi vida. Siempre fuiste tú, y cada uno de esos días en la costa italiana fue lo más real que viví.
- Sí, lo fue. Yo no sabía que se puede ser así de feliz, por eso me extrañó tanto que desaparecieses cuando volvimos… y que volviéramos, ¿por qué Nicolás? Creía que habíamos decidido quedarnos allí, no era una locura, teníamos planes, tenían sentido…

A Nicolás se le escapa una lágrima del ojo izquierdo que resulta ser sangre, evita que Ada la vea limpiándose rápidamente la azulada mejilla. Tiene que contenerse para no romper a llorar sangre violentamente.

- Ada… Yo quería, sabes que quería quedarme allí, pero tenía algunas obligaciones en Madrid que no pude eludir. No te lo dije entonces porque creía que era algo que había salido de mi vida. Estaba casado, divorciado. Tenía un niño que mi ex-mujer no me dejaba ver, llevaba años sin saber de ellos, sin saber dónde estaban y llegaste tú, me devolviste a la vida y justo entonces reaparecieron. Mi hijo había enfermado, podía ser muy grave. Yo no quería pero él es… no podía, ¿entiendes?.
- Amor, desapareciste, sin decir nada. Y luego esa nota, creí volverme loca, cada vez que intentaba olvidarte llegaba una nueva noticia tuya que me obligaba a continuar creyendo en ti.
- Sólo fueron dos notas… no me dio tiempo de más.
- Y el certificado, el certificado amor. Cuando volví a Madrid y lo vi en el hospital…
- Pero no perdiste el tiempo, ¿no? Sabes, yo… yo no soy tonto, no era tonto. Siempre igual con las mujeres, si fuese agresivo me podría vengar ahora con mucha facilidad y nadie podría detenerme. Ninguno de tus chulos, ni todos a la vez entrando por esa puerta, aunque entrasen todos los marineros mediterráneos que te has tirado mientras me esperabas. Tranquila, no soy violento, esto es… degradante. Debería marcharme.
- ¡Nicolás! Si sólo te quedan unas horas… yo… tengo el día libre.

Ada se baja uno de los tirantes insinuante y pestañea con un halo de sonrisa en los labios. Coge el mando del equipo de música, aprieta un botón y empieza a sonar una canción de Amiee Mann: “Deathly”. Nicolás sonríe y respira con aceptación. Durante el sexo ella no deja de gritar y él no deja de observar cada centímetro de su piel con avidez.
- Solía besarte este lunar de aquí… Era mi pista de aterrizaje, mi punto de conexión. Me gustaba pensar que me pertenecía
- Amor…
- Ya sé que no me pertenece, ni tampoco al tipo que espera en la calle dando vueltas como un perro en celo. Yo… podría devoraros a los dos de una sentada, sabes?
- Sé que eres una buena persona, la mejor que he conocido. Alguien que nunca me merecí. Sé que habría cambiado por ti.

Nicolás se levanta bruscamente, con un nudo en la garganta se viste con harapos y se despide de Ada sin palabras, con un beso y un estrecho abrazo. Ada vuelve a apretar un botón del equipo de música, suena “wise up”. Nicolás aprieta suavemente su frente contra la de ella.
- Siempre tan oportuna…
- Habría cambiado, por ti. Habría sido sólo quien era cuando estábamos juntos.

Nicolás se levanta conteniendo la respiración y se va sin terminar de escuchar su canción preferida. Desde la calle mira hacia arriba, ve llegar a otro hombre, Ada le sonríe y hace gestos teatrales. Nicolás camina hasta el puerto llorando sin importarle las caras raras que provoca a su paso, decide arrojarse al mar con la esperanza de disolverse como una aspirina. Tarda tres días en lograrlo, tres días flotando a la deriva hacia el interior del mediterráneo, hacia la isla de Elba.

martes, 9 de junio de 2009

En realidad, todos los intentos de "salida de tono" de Lars Von Trier, ya se inventaron hace décadas en el cine, no?
¿Por qué a la gente le asombran tanto?
Lo de los carteles explicativos por ejemplo... el problema es intentar que ese tipo de cosas parezcan demasiado serias...

sábado, 6 de junio de 2009

ejercicio 8

Richard le había prometido que no tardarían demasiado, pero en cuanto entró en el estudio y vió las botellas de vino blanco dispuestas, comprendió que la cosa iba para largo. Empezó por elegir el vestuario más adecuado, habían escogido algunos vestidos absurdamente recatados, uno especialmente bonito pero en el que no le cabía el pecho, y por fin, uno brillante, lleno de lentejuelas, con escote de infarto, ese, ese sería.
El vestido le quedaba como un guante y con media copa de vino empezó a animarse, pudo olvidar el reloj y dejar que la peinaran como parte del juego. Sólo esperaba que Arthur no se enfadara si la cosa se alargaba demasiado, pero incluso esa preocupación fue disipándose trago a trago. No, mejor se pintaría ella sola, los demás nunca sabían dar ese toque… la sesión sería un desastre si lo hacía otro, tendría que descartar todas las fotografías y Arthur la acusaría de caprichosa.
Una vez preparada, tocaba escuchar, a Richard le encantaba explicarse más de lo necesario. A veces le hacía sentir como si creyese que era una novata, casi conseguía enfadarla con esas explicaciones interminables sobre el “personaje que representaba” esa tarde. En realidad era el de siempre, aunque los intentasen vestir de distinta manera, todos sus personajes eran gemelas, tontitas, guapas, listas para ser admiradas y deseadas. Lo de admiradas era lo que le decían a la cara, pero sabía perfectamente que no era verdad, esa clase de admiración que la gente proclamaba a su alrededor era de una falsedad repugnante.
Tras cinco minutos de atender como una niña buena en clase de matemáticas, comenzó el espectáculo. Dejó las pretensiones de Richard por debajo de la ejecución, el vestido era genial y con los complementos podía inventar nuevas poses hasta el infinito, sonreír, disfrutar de la experiencia para los demás.
Habían traído unas pieles de tigre, preciosas, y un peluche encantador. Se puso a la altura de esos restos de pelo animal con su mejor sonrisa, se convenció a si misma de la naturalidad del asunto con un nuevo trago. La cosa iba genial, las pieles volaban a su alrededor, se sentía flotar en un cielo amable y suave, tan reconfortante como el tacto de la Chinchilla.
Ahora era una presa del peluche de tigre, ahora su confidente, sonriendo a la cámara mientras apoyaba su brazo sobre la pata del inocente animal. Fin de los peluches: tocaba tumbarse sobre un sillón, dejar que los focos calentasen su frágil piel para que el vestido la hiciese brillar tanto como se merecía, de lado, para que su pecho se desbordase. Echando la cabeza hacia atrás y abriendo sutilmente los labios, daba la impresión de estar siendo poseída por un macho, era una de sus poses más conseguidas. Con aquel vestido el efecto era perfecto, los senos se rozaban uno contra otro, el de arriba casi se salía del vestido, que diablos, se salía, todo lo que puede salirse sin llegar a enseñar el pezón.
El calor de la luz le daba más sed, necesitaba más vino frío, una toalla y un descanso. Aún no era posible, faltaban un par de poses más sobre el sillón y luego algunos tiros con ella de pie; menuda novedad, hasta ahora se había pasado toda la sesión tumbada. Las últimas fotografías sobre el sillón no fueron agradables, mientras Richard las tomaba sintió que la forzaba, y se preguntó si no era en parte culpa suya por la maldita pose de cabeza hacia atrás.
Cuando al fin le pidió que se sentase, recuperó la sonrisa genuinamente alegre. Muy bien, volvía a dominar la situación. Alguien dijo que eran las siete, habían pasado tres horas desde que empezaron. Le sorprendió porque, a pesar del agotamiento, se veía con fuerzas para darlo todo de pie, una vez más, ahora sin complementos, sólo ella y su imaginación para conquistar sola a la cámara en 40 tomas más.
Richard sugirió que tal vez podría bailar, igual que en sus películas, bailar con esa preciosa sonrisa pintada. El descanso llegó al fin. No se aguantaba de pie, se sentó en un rincón con agua y vino para recuperar el tono. Al sentarse sola, la sonrisa se borró de golpe, durante algunos minutos pudo relajar el gesto, pero seguía contenida, reprimiéndose todo lo posible para no romper a llorar. O no, tal vez si hubiera estado sola, habría sido similar.
Richard Avedon se acercó con la cámara, se hizo notar como pidiendo permiso, pero Norma ni si quiera le miró. Permitió que la fotografiase como a las bestias del zoo.