domingo, 27 de julio de 2008

escoger

Estuve esperando tal y como acordamos, esperé durante tres horas junto a la puerta del café sin pensar en mucho más que el reloj, en cada minuto que se me escapaba allí de pie, aguantando tu silencio. Fueron exactamente tres horas hasta que de pronto recordé aquella espera de Godot, el problema es que yo estaba sola... una mujer anciana pasaba de vez en cuando, envuelta en melancolía y arrugas, pero no me hablaba, así que a pesar de nuestros cruces de miradas, ella no estaba conmigo y yo estaba sola.

Fueron tres horas en las que poco a poco fui perdiendo la esperanza sin ira, incluso sin miedo. Al final de ellas, saberme abandonada fue en realidad el principio de mi liberación, a veces las mujeres necesitamos una bofetada de rechazo para tomar la opción correcta, aunque se haya escapado entre los minutos la mejor... para cada instante hay una más correcta que las demás y esa es la que debemos encontrar, sin lamentarnos por las opciones que nos brindaron cuartos de hora más generosos.
Acabaron las tres horas y con ellas mi paciencia, con un suspiro profundo comencé a estudiar las posibilidades que me ofrecía el día, no eran aún las diez de la mañana frente al mercado, aquella reflexión si que me acercó a la ira por un momento, no eran aún las diez y yo llevaba exactamente tres horas esperando como una tonta. Aún servían desayunos en el café, pero es que a mi madrugar tanto me quita el hambre, y estar enfadada también, aunque no pretendía estarlo... No pretendía estarlo, no señor, me decidí por un zumo de naranja y un pequeño bollo para llevar. A la salida la anciana volvió a pasar junto a mi, me miró con tristeza infinita y después dejó sus ojos fijos en el pequeño paquete que escondía el bollo, se lo di sin que lo pidiera y comencé a pasear.
No pretendía estar enfadada, pero lo estaba conmigo misma, andaba deprisa para intentar darme esquinazo, maldita imbécil... Bajé por Laffayete y sin darme cuenta me encontré detrás de la ópera, era el mismo recorrido que llevaba practicando ocho meses, así, sin pensarlo. Ese día sí que lo pensé, pensé en qué demonios hace alguien como yo bajando la misma calle exactamente de la misma manera durante ocho meses, ¿qué? ya.. vagabundear por esta ciudad es algo relativamente natural, pero ocho meses, por aquella calle... siempre había otras, pero es que aquella se repetía cada día, o prácticamente. La espera junto al café no distaba demasiado de aquella rutina extraña, esa rutina también era una espera, la de algún cambio que yo sola no era capaz de provocar porque ni si quiera comprendía lo que hacía al bajar la calle.
Así que me puse a meditar sobre cada una de las cosas que llevaba como rutina aquellos meses, el vagabundo, ¿es alguien sin objetivos? yo lo era, de vez en cuando se presentaba una ocasión digna de ser marcada en un diario, pero por lo general esa forma de caminar por la ciudad tantas horas... eso era simplemente la ausencia de objetivos, la espera constante de señales que me indicasen hacia donde tirar, dónde vivir, cómo hacerlo, de qué. ¿De qué? buena pregunta, de la caridad supongo, de la de los familiares o los amigos, de la de la anciana que me había cruzado tantas veces aquella mañana; de todo el que quisiera prestarme su mirada en algún momento.
Normalmente la gente no quiere, o necesita "algo" en momentos que una no es capaz de ofrecer nada, total, que la mayor parte de esas miradas directas, las que te alivian recordándote que no estás sola en el mundo, la mayoría se pierde por culpa de alguien.

Aquella mañana escogí comprar una entrada en la taquilla de la ópera, de las más baratas, pero sólo una. Se me ocurrió que podía ser una buena manera de enfrentarme a toda la situación, es decir, a la soledad.

No me equivoqué

2 comentarios:

Marcelo dijo...

A veces cuando leo, pienso en música. Y me pasó con este texto, donde Serrano insistía en no irse, con sus canciones "No estarás sola" y "Para médicos y amantes" Bellísimo. Y la definición de vagabundo como alguien sin objetivos, magistral. Todos somos, o hemos sido, o lo seremos alguna vez, vagabundos.

Anónimo dijo...

Tres horas de espera dan para mucho. Yo no tendría paciencia para tanto, y probablemente me perdería lo mucho que pueden enseñar.
Estupendo texto.