La ciudad era cada detalle en que se fijaba, cada instante era una cosa y sólo esa, para inmediatamente pasar a convertirse en la siguiente. Un charco particularmente limpio, con flores apenas manchadas, algunas incluso completas y no desmenuzadas; dos niñas con paraguas transparentes y cinco globos de colores; uno que se escapa, el globo volando con las fachadas y el llanto de la niña de fondo… las líneas verticales, troncos de árboles y farolas salteados, madera, metal, madera, la madera mojada adopta un color similar al de la pintura de las farolas, así que es la naturaleza la que se adapta a la ciudad artificial.
Uno casi puede hallar la felicidad cuando las imágenes atrapan los pensamientos, casi puede sentir que la presión de debajo del esternón cede algo, unos milímetros, cuando las botas juegan a rayuela sin nuestro permiso y nos enseñan pasos desconocidos. Las botas eran la ciudad de manera recurrente, con sus pies escondidos dentro y dos piernas que asomaban desde la parte inferior de la rodilla acorraladas por leotardos oscuros.
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