Era el pánico a la incertidumbre lo que la mantenía despierta, con los ojos muy abiertos y las piernas recogidas entre los brazos. Sentada, tumbada, de cualquier forma pero siempre con las piernas cercanas al pecho, como si temiera que al separarlas su corazón pudiera escapársele del cuerpo. La angustia que ahoga, que encoge el pecho cuando en realidad se siente que lo que llevas dentro no cabe, explota... pero no, no lo hace y permanece la angustia indefinidamente, unos días con mayor intensidad, algunas horas como un murmullo molesto, inquietante, siempre ahí.
En esa noche de ansiedad la temperatura poco a poco lograba descender y hacia las cuatro de la madrugada una brisa fresca comenzaba a filtrarse por la ventana mal cerrada. Al presentirla, Ada decidió salir al balcón atreviéndose a estirar las piernas mientras contenía la respiración. Con los pies descalzos y un breve camisón blanco de algodón pisó el suelo frío de la terraza y permitió que un escalofrío le recorriera entera. Después un temblor rítmico y constante se apoderó de su persona, un temblor-terapia que azotaba su cuerpo a cambio de ahorrarle las lágrimas y suavizar ligeramente su impaciencia desbocada.
Después de dos minutos sumergida en su terapia de temblor, Ada tuvo una extraña idea, miró hacia abajo, sólo estaba en un primer piso, tan cerca de la calle húmeda por la suave lluvia que acababa de caer, la calle limpia, sus pies descalzos. Ada entró como un rayo en el piso, se sirvió una copa de vino tinto y regresó a la terraza con la copa y las llaves de casa pero sin zapatos en los pies. En las manos que asían la copa recordaba como él las había sostenido durante casi una hora para mostrarle unas fotos, en los tobillos el recuerdo de un roce en que habían perdido sólo una décima parte de la honesta amistad.
Bebió media copa sin dejar de mirar la calle,la dejó en el suelo y saltó la barandilla. Una vez al otro lado comenzó a descender, cuando su cabeza estaba a la altura del suelo de la terraza volvió a coger la copa para apurar hasta la última gota, el vidrio tintado por el oscuro alcohol comenzó a limpiarse con la lluvia que se escurría por sus paredes, Ada siguió descendiendo, agarrándose a cualquier saliente para evitar caer de golpe.
Una vez en la calle los pies acusaron la bajada y la suciedad de la acera, pero la piedra aún no había terminado de enfriarse, andar descalza seguía sin parecerle una mala idea. Me han prohibido salir de este lecho, pasaré en él mi vida, mientras una bicicleta cruzaba la noche con una bombilla al frente que parecía agotarse con cada golpe de pedal. El paisaje se completa, rubor en las mejillas, Ada gritó al ver pasar la bicicleta y ésta se paró en seco unos metros más adelante.
El paisaje se completa, su pensamiento, pensamiento de Ada creyó alcanzar a comprender algunas cosas y por eso gritó al ver pasar la luz y las ruedas con varillas. La trayectoria de la bicicleta dibujaba y completaba su pensamiento, aquel pensamiento enjaulado en un lecho con piernas encogidas. El chiquillo que conducía miró a Ada un poco extrañado en un primer momento, pero rápidamente cambió el gesto y supo dedicar a nuestra heroína una amable sonrisa; si quieres te llevo a un café que queda cerca, tomaremos té y podrás explicarme cómo has llegado hasta aquí.
lunes, 5 de mayo de 2008
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1 comentario:
al final, entre infarto e infarto, ahogo y ahogo, ceja arqueada y ceja arqueada he logrado leer el relato.
ya hablaremos de él. este no es canal. está muy bien... a pulir!!!
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