miércoles, 26 de noviembre de 2008

Valdo y Volterra


Bajamos tres escalones para cambiar el polvo de la arena que flota en la calle, por el del alabastro del estudio. Después de una hora paseando por Volterra, la mirada ha visto demasiadas palomas de piedra sin vida. Sobre una mesa de carpintero descansa una familia de pájaros de alabastro, aquí también hay palomas, pero cada una es diferente. Hay un búho salvaje que me reta a llevármelo desde que poso el primer pie en la habitación.

Valdo Gazzina trabaja cuidadosamente un trozo de alabastro al que poco a poco da forma de animal. Nos recibe con una sonrisa, nos invita a entrar en lo que parece un abarrotado museo compuesto de dos habitaciones. En la primera trabaja él, junto a la ventana, rodeado de esculturas blancas, de paredes blancas, de luz harinosa, con las manos grandes y llenas de los caminos que dejan 40 años trabajando la piedra. Las esculturas y figuras pueblan cada rincón de la habitación, se acomodan sobre estanterías, sobre cajas, en el suelo, donde sea.

Después de unos minutos observando en respetuoso silencio, mis padres comienzan a hablar con Valdo, a preguntarle el precio de las figuras pequeñas e interesarse por su trabajo. Yo miro las esculturas una por una con los ojos muy abiertos, deseando ir hacia la segunda habitación. Siento que hemos entrado en el mundo privado de Valdo, es casi como si nos hubiésemos colado en sus pensamientos con su permiso. Es con su permiso, así que, con mucho cuidado camino hacia la segunda habitación.

Allí no hay luz artificial, ni ventana. La única iluminación procede de la primera habitación en la que siguen charlando animadamente mis padres con Valdo. En una cierta penumbra descansan bustos, animales gigantes, una cabeza de caballo, grandes jarrones decorados con flores meticulosamente esculpidas. Me quedo quieta mirando esos armarios llenos de vida de alabastro, como si esos animales y personas se fuesen a mover en cualquier momento, hasta que mi padre me llama desde la primera habitación. Hay que elegir uno de los pájaros, el búho, desde que bajamos los tres escalones de entrada supe que sería el búho. Mi padre duda unos segundos y asiente, el búho se viene con nosotros.

Mientras Valdo envuelve cuidadosamente a mi nueva mascota, me doy cuenta de que entre las esculturas hay una gran jaula de pájaros dorada, vacía. Al verla sé que no está allí por casualidad, algún pájaro habría vivido en ella durante años, cantando alegremente mientras Valdo tallaba pájaros de alabastro con un cariño del que sólo es capaz alguien que los comprende.

Empiezo a buscar pistas del pájaro, pienso que tal vez siga vivo, tal vez esté escondido entre las esculturas, esperando que nos marchemos para volver a cantar. Mis padres comienzan a tirar de mi para marcharnos. Yo quiero encontrar alguna pista, pero mirar tan de cerca el estudio de Valdo me parece una intromisión. Con cierta desilusión me despido, camino hacia la puerta.

Justo antes de poner el pie en el primer escalón, el misterio se desnuda de una forma que ni siquiera había presentido. Alguien ha escavado en la pared, metido un canario disecado que parece dormir y puesto delante un vidrio. Encima de la curiosa urna mortuoria queda el nombre del animal y su fecha de muerte tras un guión.

Antes de salir hecho un último vistazo a Valdo, a su jaula dorada y a sus esculturas de alabastro. Nunca olvidarás este día, ¿verdad?
Después de 10 años... le he vuelto a encontrar: http://www.arteinbottegavolterra.it/eng/scheda_artigiano.asp?id=13&n=11

2 comentarios:

Le Nzzo dijo...

valdo! uh ha!

Le Nzzo dijo...

se da un aire a battiato... o era a batiatto?