lunes, 17 de noviembre de 2008

palabras viajando en raíles de luz

Querías pedirle que no olvidase comprar unas flores antes de volver a casa esa tarde, pero mientras aún estabas despejando la neblina matinal de la cabeza con una ducha, él se marchó.
Querías decirle que si no tenía dinero tampoco importaba, valdría con unas cuantas flores salvajes, unas cuantas ramas verdes estilizadas y el jarrón que heredó de los abuelos bien limpio.

Bastaba muy poco para ser feliz por ese día, para que esas horas de paz ayudasen a generar otras en el futuro a través del recuerdo. Tu te olvidaste porque la ducha aún no había hecho efecto y por ese maldito libro que leías por aquel entonces en cada trayecto en metro. El libro de un hombre sin alma, de esos a los que les da igual el sufrimiento de los demás y el que debiera ser suyo. Esos que miran el cadaver de un progenitor, comprenden lo que hay, pero no se inmutan. Esos a los que se arrima alguien, intentando sacarles en un abrazo una parte de ellos mismos sin éxito alguno.
Leías uno de esos libros, el segundo en el mismo año, y paulatinamente tu carácter empezaba a reflejar esa actitud. Reflejabas ese estar que a la vez tiene algo de altivo y demasiado desinterés, se te filtraba por los poros hacia dentro, como si fueras un pantano y los libros luz. Palabras viajando en raíles de luz para crear un yo sombrío.

Palabras viajando en raíles de luz para reflejar una imagen variable, mientras también te cambian por dentro.

2 comentarios:

Marcelo dijo...

Sé muy bien del tipo de lectura que hablas. Créemelo.

CarmenS dijo...

El libro le va comiendo el alma. Pobrecita niña que se quedaría sin flores y sin alma.