Desearía profundamente quedarme en ese pensamiento, el pensamiento de un espacio brumoso y azul, en el horizonte indefinido que se eleva desde la entrada en una suave inclinación.
Había un abismo donde debería haber estado dibujado tal horizonte, el abismo es una señal de peligro que no quisimos reconocer. El azul es un color que engaña y aquella bruma no parecía amenazadora, más bien pacificadora... el vacío como nuevo concepto de jardín donde reposar la mente: puede usted acudir cuando sienta que es imperativo escuchar la brisa entre las hojas de los árboles, entre la hierba.
Alli no habrá árboles, ni hierba, ni vida animal o vegetal más que la suya, sin embargo, podrá usted imaginarla si así lo desea. Se podrá pensar muerto si lo considera más apropiado, reconfortarse creyendo firmemente que la muerte es así, un brumoso espacio para la paz donde el exceso de pensamientos es rápidamente silenciado.
No podemos pagar por regresar allí, y vosotros no podéis pagar nada por llegar hasta aquella bruma, sirva de consuelo el pensar que no era un espacio de fiar, aquel abismo.... ¿dónde acababa? Por otro lado, queda esta foto y la posibilidad de pensar lo que imaginaríamos de estar allí; no penséis en cómo debe ser, pensar en cómo desearíais que fuera y así será.
Durante muchos años imaginé mil historias a traves de los jardines de la Toscana que miraba cada semana en un libro de mi casa; cuando pude ir a tocarlos no me decepcionaron.
Se piensan los espacios de una manera, se experimentan de otra y no son de ninguna de ellas, por eso nunca pueden decepcionar, no hay ideas preconcebidas, sólo imaginación