lunes, 28 de septiembre de 2009

y se fue...

Nada más entrar le azota un olor a pánico extinguido, a batalla perdida con víctimas que nadie se ha molestado en recuperar del campo, que llevan casi una semana pudriéndose ante la indiferencia de todos. El sentido del olfato le lleva primero hasta el salón donde le recibe una nube de moscas apostada sobre la mole del cadáver de la tortuga. Empieza a gritar el nombre de Audrey mientras se cubre la nariz y la boca con un pañuelo impoluto. Camina de salón en salón conteniendo el impulso de correr gracias al miedo, vuelve al pasillo, pasa por delante del baño sin mirar dentro, pero en el dormitorio no hay nadie y vuelve atrás. Por fin empuja la puerta del baño con un pie y la encuentra rígida y gris sobre el mármol. La sangre del pie está completamente seca, pero una mosca se afana en lamerla. Otra camina por su pelo como quien recorre orgulloso un terreno que acaba de adquirir para plantar hortalizas. Alfredo intenta espantarlas, la del pelo se va, pero la del pie se queda para seguir emborrachándose con la sangre caducada.

1 comentario:

Marcelo dijo...

La dangre caducada debe ser riquísima. Y tu relato, lo es.
Un beso