jueves, 30 de abril de 2009

DE CÓMO DECIDÍ NO SUICIDARME

Al entrar en mi nuevo piso, al cerrar la pesada puerta blindada detrás de mí, una gran parte del pasado se hizo polvo con el golpe. Dentro del gigantesco recibidor, la luz tenue y muchas sombras dibujaban un paisaje que me costó largo rato comprender. Cada imagen era nueva, al igual que cada ruido, siempre me ocurre cuando entro por primera vez en un lugar. Después, cuando los lugares se vuelven familiares, trato de recordar aquellas primeras impresiones deconstruidas y la mayoría de las veces me resulta imposible, las piezas fueron siempre las mismas, el problema está en su encaje.

El primer día, los primeros minutos en la casa, nada tenía sentido. El recibidor me pareció espantosamente grande y vacío, con un paraguas negro cubierto por toneladas de polvo gris como única decoración. Desde la cocina llegaban sonidos que en aquel momento tampoco era capaz de identificar, todo era extraño: el tono sepia de la habitación que me empezaba a teñir también a mi desde los pies, las sombras translúcidas de hojas de árbol que llegaban desde una habitación al fondo a la izquierda, la luz cortada por una sombra opaca y recta de la habitación de enfrente, el paraguas, mi nuevo paraguas, los sonidos de la cocina que estaba junto a él. En aquel primer momento identifiqué los sonidos de la cocina como una sombra más del recibidor, eso sí lo recuerdo bien.

Al cerrar de un golpe había acallado las miserias de la no vida que llevaba hasta el segundo antes de entrar y los elementos de mi nueva vida, a la que había llevado ropa, vino, veneno y poco más por toda mudanza, cada uno de esos elementos me invitaba a cambiar de planes. Yo me había dado una semana de plazo, como quien compra un vestido del que no está muy convencido y lo deja dentro de la bolsa con la etiqueta, sabiendo que en pocos días tendrá que sacarlo y decidir sobre él.

La diferencia era que yo ya había tomado mi decisión antes de entrar, una decisión firme y tranquilizadora que por fin daba sentido a algunas horas. No recordaba la última vez que había sido capaz de dotar de contenido al tiempo, por eso cuando cerré aquella puerta y sentí cómo un bendito silencio se llevaba los lamentos más patéticos del cuerpo, mi primera reacción fue reafirmarme en el plan.


Me acerqué a una habitación de camino al paraguas, la de la sombra de ángulo recto. La puerta estaba arrancada y yacía en delicado equilibrio, apoyada sobre una pared. No había nada más dentro de esa habitación, la puerta en equilibrio y pintura descascarillada. Cuando llegué al paraguas posé mi mano encima, sobre él surgió una sombra negra libre de polvo, mi mano fue desembarazándose de los restos de camino a la cocina, pero algo quedaría incluso hasta el día siguiente.

En la cocina había dos neveras que no dejaban de quejarse como grillos metálicos, había una silla junto a la puerta y sobre la silla álbumes de fotografías, una cámara de cine, el comienzo de muchas explicaciones sobre la casa y sobre mí. Cogí un álbum al azar y comencé a ojearlo cuando una tortuga pasó a mi lado rumiando unas ramas lánguidas que le colgaban de la boca y se arrastraban por el suelo. La tortuga no me prestó demasiada atención, siguió su camino entrando desde el vestíbulo y saliendo por una puerta al otro lado de la cocina.
Con el álbum en la mano la seguí hasta unos salones convertidos en selva. Salones llenos de macetas que la tortuga tiraba a su paso sin inmutarse, macetas con plantas mustias pero vivas que estiraban sus brazos por el suelo y algunas paredes ocultando muebles e historias suficientes para mantener vivo mi interés más allá de la semana de plazo, mucho más allá me temí entonces.
Cuando percibí ese dulce temor de fracasar en mis planes no pude evitar sonreír, así que sonreí a la tortuga por tener un interlocutor con pulmones y corazón. La tortuga no dijo nada.
De vuelta a la cocina, dos recuerdos me pararon en seco: el hombre que alimentaba pájaros en el parque el viernes anterior, invitándome a acompañarle con la mirada y mis botas girando en dirección contraria. No sé cuánto puede uno llegar a odiarse a sí mismo, pero sé que nunca he odiado a nadie tanto como a mí en esa época. Había visto pasar las oportunidades a mi lado muchas veces sin ser capaz de atraparlas, pero aquel año ni si quiera fui capaz de aceptar las que aparecieron espontáneamente, las dos. Supongo que había aprendido a aceptar el que nadie presta ayuda a cambio de nada, ni si quiera cuando la pides directamente y se trata sólo de escuchar durante un rato. Las dos veces fue igual, una mano se tendió en mi dirección acompañada de una mirada acogedora y, después de dudar unos segundos, mi pecho se encogió mientras mis botas comenzaban a caminar en dirección contraria. Así es como uno accede al mayor grado de aislamiento posible y comienza a comunicarse con el mundo sólo a través de la observación.

Abrí de nuevo el álbum, las fotografías mostraban momentos de falsas vidas dentro de la casa: mujeres desnudas con cara de aburridas y axilas sin depilar, una de ellas bajo la puerta en equilibrio de la habitación de al lado, parecía una mujer cortada en dos. Varias sobre otra chica en el suelo de la cocina, de su sombra negra sobre fondo blanco, de la sombra sola, manchando el suelo… busqué el lugar, quedaban restos del experimento.
En la casa no había casi nada, pero con las fotografías, los restos de todo lo pasado salían a la luz y así algo tenía un poco de sentido por primera vez. La casa se iba construyendo a medida que la miraba desde esos ojos en blanco y negro. Choqué con la silla de tanto mirar desde dentro, sin ver por dónde andaba, y el resto de álbumes cayeron al suelo bañándolo con un mar de fotografías, de pistas y explicaciones.
Por todas partes yacían chicas desnudas partidas por puertas en equilibrio, por marcos de las chimeneas (ahora escondidas bajo la maleza), suspendidas en el aire agarradas al quicio de puertas en zonas de la casa que yo aún no había visto… Ese primer día no vi ni un solo hombre, supongo que porque no quería, sólo dejé que me hablasen fantasmas femeninos.
Pude ver a través de las paredes a cada una de ellas, suspendida, con la moral cortada por la mitad y un aspecto descuidado (pelo por todas partes (“fur ethics”, genial mezcla, absurda). Era fácil estar con ellas, casi incluso fácil volver a pensar en la decepción en la que me habían hundido los últimos hombres a los que había dejado acercarse, años atrás (¿por qué la vida tiene que ser tan predecible y aún así no deja de pillarme desprevenida?).

Pendiendo como una sábana, ese día decidí comprar un bote de pinzas para asegurar cada pelo, pestaña, uña. Si tantas vidas falsas merecían ser retratadas, tal vez la mía mereciera nacer.

martes, 28 de abril de 2009

recordando la ayuda que brindan los fantasmas. Pedro Páramo

Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aun las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿ Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba ? " La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas. Así las verá usted. "
Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas. Hasta que nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a mí.

jueves, 9 de abril de 2009

Gerardo Diego, caracol silencioso

CARACOL SILENCIOSO...
Caracol silencioso
en búsqueda del fuego
de la red de obsidiana
donde caen recuerdos
del minúsculo espejo
garabato del tiempo
tensa cuerda de luna
en arpegios despiertos.

Sombra clara y profunda
el margen de tu cuerpo.


Gerardo Diego